miércoles, 14 de octubre de 2015

Joaquin Sabina - 19 Dias Y 500 Noches

















 Lo nuesro duró

lo que duran dos peces de hielo

en un güisqui on the rocks,

en vez de fingir,

o, estrellarme una copa de celos,

le dio por reír
.
De pronto me vi,

como un perro de nadie,

ladrando, a las puertas del cielo.

Me dejó un neceser con agravios,

la miel en los labios

y escarcha en el pelo.

Tenían razón

mis amantes

en eso de que, antes,

el malo era yo,

con una excepción:

esta vez,

yo quería quererla querer

y ella no.

Así que se fue,

me dejó el corazón

en los huesos

y yo de rodillas.

Desde el taxi,

y, haciendo un exceso,

me tiró dos besos…

uno por mejilla.

Y regresé

a la maldición

del cajón sin su ropa,

a la perdición

de los bares de copas,

a las cenicientas

de saldo y esquina,

y, por esas ventas

del fino Laina,

pagando las cuentas

de gente sin alma

que pierde la calma

con la cocaína,

volviéndome loco,

derrochando

la bolsa y la vida

la fuí, poco a poco,

dando por perdida.

Y eso que yo,

paro no agobiar con

flores a María,

para no asediarla

con mi antología

de sábanas frías

y alcobas vacías,

para no comprarla

con bisutería,

ni ser el fantoche

que va, en romería,

con la cofradía

del Santo Reproche,

tanto la quería,

que, tardé, en aprender

a olvidarla, diecinueve días

y quinientas noches.

Dijo hola y adiós,

y, el portazo, sonó

como un signo de interrogación,

sospecho que, así,

se vengaba, a través del olvido,

Cupido de mi.

No pido perdón,

¿para qué? si me va a perdonar

porque ya no le importa…

siempre tuvo la frente muy alta,

la lengua muy larga

y la falda muy corta.

Me abandonó,

como se abandonan

los zapatos viejos,

destrozó el cristal

de mis gafas de lejos,

sacó del espejo

su vivo retrato,

y, fui, tan torero,

por los callejones

del juego y el vino,

que, ayer, el portero,

me echó del casino

de Torrelodones.

Qué pena tan grande,

negaría el Santo Sacramento,

en el mismo momento

que ella me lo mande.

Y eso que yo,

paro no agobiar con

flores a María,

para no asediarla

con mi antología

de sábanas frías

y alcobas vacías,

para no comprarla

con bisutería,

ni ser el fantoche

que va, en romería,

con la cofradía

del Santo Reproche,

tanto la quería,

que, tardé, en aprender

a olvidarla, diecinueve días

y quinientas noches.

Y regresé…




Nota: disculpar si en la versión móvil no se ve bien, es un fallo técnico que no puedo corregir.


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